En medio de aquella algarabía de feria, un hombre muy viejo de aspecto inconsolable, sobretodo de mendigo, se sacaba a dos manos de los bolsillos puñados y puñados de pollitos tiernos.
Carolina se rompió y lloraba de rabia y de dolor, y era inconsolable y un escalofrío recorrió el cuerpo de todos los espectadores que ya no volvimos a estar cómodos el resto del día.