Después, olvidados sus tímidos alter egos, vuelan a lo largo del panorama, buscando comida, colonizando y recolonizando nidos, y causando muchas molestias.
Parece que están completamente enamorados de sí mismos, pero en la raíz de sus egos inflados a menudo hay sentimientos de inferioridad profundamente arraigados.
El desprecio de los otros nos aterra. Intentamos pertenecer al grupo, politico, familiar o artístico, amparados al abrigo de las verdades de un ego colectivo que defiende un espacio seguro.