La tormenta palpitaba sobre el pueblo hacía una hora, como un corazón malo, descargando agua y piedra entre la desesperadora insistencia del relámpago y del trueno.
En la penumbra intermitente de la tormenta, el piso de Barceló se me antojaba cavernoso y siniestro, distinto del que había aprendido a considerar mi segunda casa.
Ocurrió que, habiendo terminado el proyecto de montar mi tienda y excavar la cueva, se desató una tormenta de lluvia, que caía de una nube espesa y oscura.