El aire de la amplia mansión estaba cargado con la fragancia de sus tintes para la piel y el humo de las velas de cera de abeja que utilizaba para esterilizar las agujas.
En la otra esquina se hallaba la ya citada mesa triangular adornada con un grueso acerico de terciopelo rojo, lo suficientemente fuerte como para doblar la punta del más arriesgado alfiler.