Cuando levanté el brazo y empecé a agitar la camisa, oía perfectamente, por encima del ruido de las olas, el creciente y vibrante ruido de sus motores.
Al contrario, venía con nosotros a la campaña, correteaba y daba brincos al oír los disparos que le pasaban zumbando, y estaba en todas partes, y se excitaba más que los otros días.
Cada esfuerzo arrancaba un unísono grito de ánimo, y cuando la monstruosa viga rodaba dando tumbos y se hundía con un cañonazo en el agua, todos los peones lanzaban su ¡a...ijú! de triunfo.
Y unos segundos después yo oí un estruendo por el lado izquierdo y logré pues a reojo mover la cabeza de la izquierda y ver que venía un carro encima hacia nosotros.