Aquella noche, mientras yacía sobre un almohadón en la casa de té que hay en la calle de las Granadas, entraron los guardias del emperador y me condujeron a palacio.
Queríamos ir a desayunar a la casa de té galés, pero estaba cerrado porque nada más se puede ir a merendar, no se puede desayunar aparentemente, así que bueno, vinimos acá a un río.