Al principio era pálida, como la neblina suspendida sobre el río, imprecisa como los primeros pasos de la mañana, y argentada como las alas de la aurora.
Siempre había habido en el planeta del principito flores muy simples adornadas con una sola fila de pétalos que apenas ocupaban sitio y a nadie molestaban.
Por un lado por su escasa duración, ya al principio de la primavera sus pétalos comienzan a desprenderse en cadena, simbolizando la naturaleza efímera de la vida.
Con los pétalos y las hojas alimentan sus jardines de hongos y estos proporcionan nutrientes a la gran colonia de hormigas, cuyo número puede superar los ocho millones.
Nébel lo había guardado, ese recuerdo sin mancha, pureza inmaculada de sus dieciocho años, y que ahora estaba allí, enfangado hasta el cáliz sobre una cama de sirvienta.
Más tarde se encontró la secuencia en la naturaleza, en semillas de girasol y arreglos de pétalos de flores, en la estructura de una piña y en la ramificación de los bronquios.