Dichas sus oraciones y sintiéndose mejor, pero sufriendo igualmente, y acaso un poco más, se inclinó contra la madera de proa y empezó a activar mecánicamente los dedos de su mano izquierda.
Fatigada de estar de pie y sin espacio en el calabozo para dos pasos, se sentó —después de todo era mejor estar sentada—, mas al cabo de un rato volvió a levantarse.