Con un grupo de neurólogos informáticos creamos un sistema de inteligencia artificial que revisa cientos, miles de historias clínicas de muchísimos pacientes.
Alargó la mano, tomó el folleto, lo acercó a su rostro y comenzó a hojearlo con sobresalto: vio canchas de fútbol, una piscina tersa, comedores, dormitorios desiertos, limpios y ordenados.
Una vez allí consultó varios libros de caballería, cuya lectura le interesaba extraordinariamente, y pudo comprobar que el gallo cantó siempre dos veces en cuantas ocasiones se recurrió a aquel juramento.
Lo dejó curiosear a gusto. Había ejemplares únicos que podían costar la cárcel en España. Delaura los reconocía, los hojeaba engolosinado y los reponía en los estantes con el dolor de su alma.
Si una tarde, ojeando una carpeta de valiosos grabados, había mostrado una inmensa admiración por uno de ellos, dos días más tarde encontraba la reproducción ya enmarcada, colgada sobre su escritorio.
El martes siguiente le llevó de regalo el tomo de las Cartas Filosóficas en latín. Cayetano lo hojeó, lo olfateó por dentro, calculó su valor. Cuanto más lo apreciaba menos entendía a Abrenuncio.
Quise traer a la memoria los rasgos de Damián; meses después, hojeando unos álbumes, comprobé que el rostro sombrío que yo había conseguido evocar era el del célebre tenor Tamberlick, en el papel de Otelo.