Ana suspiró y se trasladó a la huerta, sobre la cual brillaba la luna creciente a través de las desnudas ramas de los álamos, en un cielo verde manzana, y donde Matthew cortaba astillas.
Yo moría y me enterraban bajo los álamos del cementerio; tú plantabas un rosal sobre mi tumba y lo regabas con tus lágrimas y nunca, nunca jamás, olvidabas a la amiga de tu juventud que te sacrificó su vida.