Ana ya estaba vestida cuando Matthew hubo encendido el fuego y, aunque tenía el desayuno servido cuando bajó, estaba demasiado excitada como para comer.
Y salió. Ella permaneció en traje de baile, sin fuerzas para irse a la cama, desplomada en una silla, sin lumbre, casi helada, sin ideas, casi estúpida.
Pero no un pedazo de madera de lujo, sino sencillamente un leño de esos con que en el invierno se encienden las estufas y chimeneas para calentar las habitaciones.