Terminada la función, el dueño del teatro se fue a la cocina, en la cual estaba preparando su cena: un carnero cebón atravesado en un asador, que giraba lentamente sobre el fuego.
Tragalumbre (que éste era el nombre del dueño del teatro) parecía a primera vista un hombre terrible, sobre todo por aquellas barbazas negras que le tapaban el pecho y las piernas; pero en el fondo no era malo.