Una banda de músicos tocaban una pieza alegre bajo el sol aplastante. Al otro lado del pueblo en una llanura cuarteada por la aridez, terminaban las plantaciones.
Además, no sé por qué nos hicieron poner el uniforme azul, justamente con ese sol de verano, y todos estábamos transpirando y teníamos como diablos azules en la barriga.
En Madrid de España, una ciudad remota de veranos ardientes y vientos helados, sin mar ni río, y cuyos aborígenes de tierra firme nunca fueron maestros en la ciencia de navegar en la luz.