Volvióse para mirar lo que fuera, y vio en la oscuridad dos mascarones negros que, disfrazados con sacos de carbón, corrían tras él dando saltitos de puntillas como dos fantasmas.
Entraban temblando, casi sin poder hablar, con cierta torpeza en los movimientos, como mariposas aturdidas, y no se sentían bien hasta que no se hallaban de nuevo en la calle.
Con el corsé, tanto da decir armadura, encallado en la carne, los zapatos estrechos en los callos y la cadena del reloj alrededor del cuello como soga de patíbulo, cierta conocida de Silvia llamada Engracia.