El coronel levantó la vista. Vio al alcalde en el balcón del cuartel en una actitud discursiva. Estaba en calzoncillos y franela, hinchada la mejilla sin afeitar. Los músicos suspendieron la marcha fúnebre.
A su fino y largo cuello, parecido a la pata de una gallina, llevaba aliado un pañuelillo de franela, y sobre los hombros, no obstante el calor, una chaqueta de piel toda destrozada y amarillenta.
Cara de Ángel sintió que su esposa tiritaba en el fondo de sus franelas blancas —tiritaba pero no de frío, no de lo que tirita la gente, de lo que tiritan los ángeles— y la volvió a su alcoba paso a paso.