También los mitos griegos tenían una superstición parecida, aunque en este caso, la única madera que había que tocar para pedir suerte era la del roble.
De tiempo en tiempo, alguien se iba; atravesaba el guardaganado donde está el palo alto, y desaparecía entre los encinos y no volvía aparecer ya nunca.
No se iban para el lado de Zapotlán, sino por este otro rumbo, por donde llega a cada rato ese viento lleno de olor de los encinos y del ruido del monte.