La incorruptibilidad del cuerpo era un síntoma inequívoco de la santidad, y hasta el obispo de la diócesis estuvo de acuerdo en que semejante prodigio debía someterse al veredicto del Vaticano.
Y con el tiempo, esta historia se ha convertido en una festividad celebrada en los países de tradición católica, aunque se haya ido olvidando el significado verdadero de la fiesta, la manifestación de Jesús al mundo no judío.