Entonces ¡qué algarabía la de los chicos, qué saltos y qué batir de palmas! Y la verdad era que luego, ya de mayores, comprendían que no era para tanto.
Lo habían sentado en el mostrador como a un muñeco de ventrílocuo, y le cantaban canciones de moda acompañándose con las palmas, para convencerlo de que se fuera con ellos.
Canciones de la iglesia con aplausos, no creo que esto sea lo que Martín Lutero tuviera en mente cuando fundó nuestra religión colocando sus tres sugerencias bajo el limpiaparabrisas del Papa.