Sólo esa larga vida arrastrada que tuve, llevando de aquí para allá mis ojos tristes que siempre miraron de reojo, como buscando detrás de la gente, sospechando que alguien me hubiera escondido a mi niño.
Luego saltó otra vez, y otra, y el bote navegó a toda prisa pese a que el sedal seguía corriendo y el viejo cada vez tiraba más de él a un arriesgo de romperlo.
Tiene sed, se arrodilla con cuidado de no dar tirones en el sedal, se acerca todo lo que puede a proa y coge la botella con una mano, la abre y bebe un poco.