Abandonó la fabricación de pescaditos, comía a duras penas, y andaba como un sonámbulo por toda la casa, arrastrando la manta y masticando una cólera sorda.
Enfurecido, loco de desesperación y de rabia agarré entonces un remo y descargué un golpe tremendo en la cabeza del tiburón, cuando volvió a pasar junto a la borda.
Mi esposa y yo mismo —dijo Bernat tratando de disimular su disgusto — nos sentiríamos muy honrados si su señoría y sus acompañantes tuvieran a bien unirse a nosotros.