Te has portado espléndidamente, Ana —sopló Diana, suficientemente recobrada como para sentarse y hablar, pues Ana, con los ojos cubiertos y transportada, no había dicho palabra—.
Debe tener un temperamento verdaderamente romántico, pues llora cuando no hay por qué llorar -dijo la rueda. Y lanzando un profundo suspiro, se puso a pensar en la caja de madera.