Y luego sus ojos se salieron de las órbitas temerosamente y contuvo la respiración, y los toscos zapatos que remataban sus cortas piernas se retorcieron y crujieron sobre la grava.
Pero sintió también la rigidez del hueso y otra vez pegó duramente al tiburón sobre la punta del hocico al tiempo que se deslizaba hacia abajo separándose del pez.
Oíamos allá abajo el rumor viviente del pueblo mientras estábamos encima de él, arriba de la loma, en tanto se nos iba el hilo de cáñamo arrastrado por el viento.
Quédate en mi casa si quieres, pajarito -dijo-. Siento que no pueda izar la vela y llevarte a tierra, con la suave brisa que se está levantando. Pero estás con un amigo.
De rodillas en el sofá, el médico está auscultando cuando se nota en la puerta el frufrú del vestido de seda de Praskovya Fyodorovna y se oye cómo regaña a Pyotr porque éste no le ha anunciado la llegada del médico.