De ahí que la vivienda ante la que se pararon Bernat y el pequeño Arnau, que estaba despierto y reclamaba su comida, distara mucho de aquella primera casa taller.
La observé mientras, con aquella cancioncilla aún en la boca, sacaba con un tintineo el llavero del bolsillo, localizaba el llavín de su puerta y lo introducía en la cerradura.
Así fantaseando vio de lejos el Campo de los Milagros, y lo primero que hizo fue mirar si había algún arbolito que tuviera las ramas cargadas de monedas; pero no vio ninguno.
Estaba dormido cuando el muchacho asomó a la puerta por la mañana. El viento soplaba tan fuerte, que los botes del alto no se harían a la mar y el muchacho había dormido hasta tarde.