Tenía el corazón a punto de reventar y la boca seca llena de polvo y carbonilla, hice esfuerzos imposibles por enmudecer el sonido entrecortado de mi respiración.
No tenemos costumbre de encerrar a la gente en oscuros y húmedos calabozos —dijo Marilla secamente—, sobre todo por- que son bastante escasos en Avonlea.
Ella y Matthew salieron en el coche una hermosa mañana de septiembre, después de una lacrimosa despedida de Diana, y otra, seca y práctica, de Marilla, por lo menos por parte de ésta.