La monolítica aguja del Monumento a Washington se erguía ante Langdon, su iluminada silueta se recortaba contra el cielo como si del majestuoso mástil de un barco se tratara.
Desde el oblicuo ángulo desde el que lo veía parecía que el obelisco no tuviera base... y estuviera balanceándose en el sombrío cielo como si flotara sobre un agitado mar.
Por un instante le divirtió imaginárselo, con su larga barba plateada, túnica talar de mago y sombrero puntiagudo, tumbándose al sol en una playa en algún lugar del mundo y dándose loción protectora en su curvada nariz.