Su voz era siempre cordial, pero él la conocía ya bastante, para advertir ese ligerísimo cambio en la entonación, en la vocalización, que velaba una advertencia.
––Te ruego que intercedas, querida Charlotte ––añadió en tono melancólico––, ya que nadie está de mi parte, me tratan cruelmente, nadie se compadece de mis pobres nervios.
Sólo la segunda tenía un acento más colérico que de costumbre, sea por la pérdida de la hermana favorita o por la rabia de no hallarse ella en su lugar.
Y al par de mi deseo, que se esfuerza a decir mi dolor y tus hazañas, de la espantable voz irá el acento, y en él mezcladas, por mayor tormento, pedazos de las míseras entrañas.
Este es John Seymour, John Math Guy, que ha decidido en el ámbito científico hacer todo un análisis estadístico sobre los colores el procentaje que tenía de cada uno, si había más de un tono que de otro.
También el autor de ese libro —replicó el cura— es grande amigo mío, y sus versos en su boca admiran a quien los oye, y tal es la suavidad de la voz con que los canta, que encanta.