Fueron saliendo primero dos, luego otros dos, después otros dos y así hasta doscientos hombres a caballo que se desparramaron por los campos lluviosos.
De vez en cuando todos juntos gritaban emocionados y se dispersaban para evitar los restos que caían de los árboles, para luego reagruparse y seguir divirtiéndose.
Lo escuchábamos deslumbrados, con la impresión de estar viendo las imágenes como pájaros fosforescentes que se le escapaban en tropel y volaban enloquecidos por toda la casa.