Los perros sacudieron las orejas como aldabas, hubo revuelo de pájaros nocturnos, queja y queja de ciprés en ciprés y teje maneje de cuerdas de relojes.
Acabó de despedirse en la puerta, se llevó el reloj de pulsera al oído para saber si estaba andando —¡qué cosquillita fatal la de aquella pulsación isócrona!