A veces les salía bien, pero en otras ocasiones se dejaban dominar por sus poderosas convicciones y emociones humanas, que nublaban su forma de ver las cosas.
Caía sin cesar una llovizna boba como de caldo tibio, la luz de diamante de otros tiempos se había vuelto turbia, y los lugares que habían sido míos y sustentaban mis nostalgias eran otros y ajenos.
Aun así, seguía teniendo el mismo brillo de Nanahuatl, pero como había demostrado tan poca valentía y tanta arrogancia, uno de los dioses le arrojó un conejo sobre la cara, lo que atenuó su resplandor.