No pensaba en el tiburón, que acaso estaba allí, en el fondo, aguardando que yo hundiera el brazo hasta el codo para llevárselo de un mordisco certero.
Luego un vientecito fresco sacudió la hoja de la puerta, hizo crujir la cerradura, y un cuerpo sólido y momentáneo, como una fruta madura, cayó profundamente en la alberca del patio.
Lo mismo dijo el ama: tal era la gana que las dos tenían de la muerte de aquellos inocentes; mas el cura no vino en ello sin primero leer siquiera los títulos.