Cogería el coche de su pueblo y vería el manso paisaje reflejado en las aguas del río, las lomas húmedas y las casonas de Donamaría y Labayen; el jugoso valle de Bertizaran.
Le había cantado esa canción a su amante imaginaria en aquel pueblo dos siglos antes, y más tarde con Zhuang Yan en el Jardín del Edén, a orilla del lago que reflejaba los picos nevados.
Más allá del puente, la laguna llegaba hasta una arboleda de abetos y arces, reflejando sus sombras cambiantes aquí y allá; un ciruelo silvestre sobresalía del margen, como una niña de puntillas que contemplaba su propia imagen.