El segundo desvallador abrió los ojos de inmediato, dejó el arma sobre la cama y se puso de pie con una rapidez impropia del estado letárgico en que parecía sumido hasta hacía unos instantes.
En pocas palabras, a medida que el mar se calmaba después de la tormenta, mis atropellados pensamientos de la noche anterior comenzaron a desaparecer y fui perdiendo el temor a ser tragado por el mar.
Alegróles el ruido en gran manera; y parándose a escuchar hacia qué parte sonaba, oyeron a deshora otro estruendo que les aguó el contento del agua, especialmente a Sancho, que naturalmente era medroso y de poco ánimo.